Rara vez alguien me dijo que no le importaran los graffitis. Me acuerdo de una vez en un cumpleaños en un country hubo una excepción: le cuento a un pez que yo miraba las marcas de spray por toda la ciudad y no me dijo nada. Ni nada malo ni nada bueno, cara de póker solamente. Y claro, estábamos como a 20 minutos del centro de la ciudad... andando en auto (nada de ómnibus). Pero bueno, de todas maneras quiero subrayar el impacto. En general está.
La mayoría de la gente se entusiasma con la idea de que florece arte en la calle. Comparto ese gusto. Otros no entienden cómo puede tener algo de bueno un rayón de color/es. Y otros más, en una lista variada se enojan: el spray claramente es pura polución para los ojos, digo para los pulmones, digo para la tranquilidad ordenada de lo prolijo (?). "No me manchen el blanco" dicen los propietarios, mientras le damos la espalda a una generación que busca un peso o un trazo. En realidad no hay acuerdo sobre qué pueden producir unos pibes con unas latas y un concierto de voces discordantes. Vengo a reclamar solamente la sorpresa grata de encontrar algo/alguien que nos mira.
Cuando paso por diferentes partes de la ciudad miro a la gente que pasa pensando de qué trabajan, qué les preocupa, un mundo de qué tamaño, cómo se conectan entre su lugar de vivienda, de trabajo, pormenores y pormayores. Al pasar zonas específicas me acuerdo una vez de un amigo, de un primo, y también de cuando en cuando en el inevitable salame que vive acá, allá o por más ahí y lo conozco. Y sin darme cuenta comparto esas calles con todos los que pueblan mi interior.
Sonreí en la calle Buenos Aires porque miraba algo en la pared que no estaba seguro si otros disfrutaban, o entendían. Estábamos --la pintada y yo-- a la vuelta del estudio jurídico de Pabli *nombre no ficticio para darle reconocimiento y un saludo escrito (¡Hola Pabli!)* y pensé en él. Ahí atrás, o mejor dicho al lado del Colegio de la Inmaculada está la Iglesia San Francisco que tiene un murallón ancho y alto donde se asoman nuestras palomas queridas por los tejados y que se asientan también en espacio vacío, balcón, o ventana que encuentren.
Un pájaro se asoma en un agujero y antes de pensarme "qué cagada" y mirar hacia abajo, veo desde la vereda de enfrente que abajo de las palomas hay una línea curva con el culo hacia abajo y del que se le asoma una lengua. El problema es que pensé: pucha, con esta luz del día (y grandes sombras) seguramente no se ve algo que capaz es re obvio. Justamente lo visible era una muralla gigante, un rayón suelto y nada más. Si uno no asocia elementos los átomos nunca forman moléculas, y las personas tampoco forman familias. En fin...
Me dirán, entre otras cosas, pareidólico. Pero yo estaba seguro de que habría una cara por alguna parte. (Hay que encuadrar a veces para mirar, o mismo para sacar fotos. Y sobretodo tener ganas.) Efectivamente, arriba del trazo que formaba una sonrisa infantil-icónica había dos ventanas: los inodoros de las palomas. La tríada formaba una cara feliz de esas que vemos en todo tipo de gesto electrónico y que no reconocemos en la calle.
¿Cuántas otras figuras familiares podemos encontrar en la calle? ¿Y la gente que hace esto? ¿Y los que las miramos? De repente esos criminales del aerosol se vuelven seres un poco menos erráticos, y un poco más simpáticos. Tanta mierda y de repente varias caras felices: la del muro, la de mi sorpresa, las potenciales que espero conocer y la que le robé a Pabli cuando le mandé la foto por celular y vió lo que antes era invisible.