São Paulo está casi completamente tatuada. Y los colores y tonalidades monocromos se desparraman a varios niveles. Muchísimas personas que andan la ciudad –caminando, en autos y hasta en helicópteros/taxi– llevan tinta clavada en la piel. Las vidrieras de los negocios y los carteles de los puestos ambulantes están estampadas con colores gigantes, carteles de neón y tizas. El material de la ciudad es predominantemente puro gris de paredes, calles y acueductos subterráneos. El resultado es una Las Vegas a pura imagen artificial pero apagada: el concreto abunda y la flora urbana subtropical asoma donde se abre una mínima grieta. El abuso de formas y tamaños no hace colorida a la ciudad, sino que todo se apaga entre y contra sí. La visibilidad no parece tener un camino claro. Mientras tanto la gente es calma y educada la una con la otra. Pero al mismo tiempo la masividad hace imposible atender a las personas y pintadas que nadie quiere ver.
Ver una imagen solitaria de pixação, esta peculiar intervención urbana, puede parecer otro rabisco más de los que abundan en el mundo. Lo que hace único a los horizontes paulistanos no es en realidad la exótica caligrafía en la paredes, pero la abundancia con la que está cubierto el lienzo de la ciudad. Se ven pixações, o pixos, en paredes bajas de paradas de colectivos; en ventanas, puertas y pasillos; y en los pisos altos de las casas, así como en la parte lateral y superior de edificios. Hay pixos negros en su mayoría pero también combinan con el ambiente y buscan el contraste, entonces los hay blancos, rojos, amarillos, azules y verdes. Los hay junto a mozaicos locales y extranjeros; y también hay pixação en las zonas perféricas pobres y en puntos claves económicos culturales de la capital donde abunda la plata y gentrificación de las clases acomodadas. Los pixadores en su mayoría vienen del exterior de la ciudad y se enfocan en el centro para dar seguridad al resto de que existen y aunque los odien están ahí: mejor rechazados que ignorados.
Es muy difícil recorrer un espacio de SP sin tener algún pixo a la vista. Así y todo, las personas que deambulan la ciudad, paulistanos y foráneos, no ven siempre el pixação porque ya es parte del ambiente. Con todo, la mayoría sabe que las intervenciones están ahí, ... y que los pixadores mismos pasaron y estuvieron presentes. Lo frecuente es que la gente tenga alguna opinión de estas pintadas y en su mayoría el calificativo la dan según inclinación política: los que defienden la propiedad privada critican los pixações y les parecen horribles; los que no tienen propiedad privada o buscan criticarla se burlan del concepto (o al menos lo relativizan) pero sin robar objetos ni nada que les dé rédito económico salvo un mínimo reconocimiento de que la calle les es carne: sea físicamente o en las angulosas firmas góticas, la periferia está siempre presente en São Paulo.