Por: Mariano Canal - Alejandro Galliano
crisis #23
el nuevo lenguaje cientificista es amable con el narcisismo del sentido común, no hay una intención fáustica que reclame del lector un cambio de paradigma en sus maneras de pensar y pensarse. Los autores hablan desde su autoridad como neurólogos, físicos o biólogos de Conicet, Harvard, Cambridge o el Brain Project. Incluso no se privan de acreditarse como miembros del canon del pensamiento occidental: Sigman discute con Sócrates, Platón, Locke, Rousseau y Hegel. Pero, al mismo tiempo, esa fuerte carga de autoridad no convierte a los libros del neuroboom en un tipo de obra que pretenda instalar una teoría “fuerte” que cuestione radicalmente las nociones convencionales de su público. Con la excepción de Ballarini, interesado en rebatir la religión y explicar la pobreza desde el cerebro, lo que campea es el tono amable de quién emplea herramientas e hipótesis sustentadas empíricamente para ilustrar cuestiones debatidas desde siempre por la filosofía, las religiones o el arte, sin la pretensión de darles una respuesta totalizadora. Así, eternos temas como el libre albedrío contra el determinismo, o la violencia política en contextos “civilizados”, quedan abiertos entre interrogantes sobre los que no se pueden ofrecer más que tentativas de explicación parcial. Es una reivindicación, claro, de la humildad del progreso científico como tarea lenta y acumulativa, pero al mismo tiempo una toma de posición que excluye cualquier posibilidad de incomodar a los lectores, de ponerlos frente a la posibilidad poco grata de cuestionar su soberanía individual.