La computadora personal no es un dispositivo. Es un concepto. Una idea. La de que todo el mundo tenga acceso a poder de cómputo y, desde hace 20 años, a Internet. Es como la lectoescritura. No importa si leés un papiro de 5000 años de antigüedad, la lista del supermercado, el chat o una novela de Tolstoi en el Kindle; no cambia nada si escribís con pluma de ganso o con un stylus en una pantalla sensible que interpreta texto. Lo que cuenta es la idea, que durante 4500 años resultó disparatada, de que todos podamos leer y escribir.
Así que no, la computadora no va a desaparecer. Y sí, va a desaparecer. Es decir, se va a volver invisible, ubicua, la vamos a dar por sentada en niveles en los que un smartphone sería inviable y de formas que todavía somos incapaces de imaginar.
si necesito, como ahora, un roller que me pasa 300 titulares por día, el ticker con las principales acciones tecno, 40 pestañas en el navegador, un procesador de palabras de verdad, la calculadora y Spotify, todo a la vez y accesible con un atajo de teclado (Alt-Tab), mis disculpas, pero a la interfaz WIMP no hay con qué darle.
¿Cambiará eso en el futuro? Esa no es la pregunta, porque en este negocio todo cambia. La pregunta es cuándo inventaremos una interfaz mejor. No lo sé. Hemos experimentado con esferas de etiquetas (muy vistoso, pero poco práctico), escritorios 3D (como el que aparece en Jurassic Park; no servían para nada), con realidad virtual (interesante, aunque con limitaciones), pero cuando miro alrededor veo pantallas enormes en los escritorios de los fotógrafos, los diseñadores y los editores de video.