del valor de la repetición circular
una persona no es nadie
— nadie
Un guaso va corriendo por la calle y se cruza con un vagabundo borracho sin dientes que intersecta miradas desde la vereda de enfrente, también caminando afuera de la vereda. Parece que el vagabundo asienta apenas levemente con la cabeza para saludar cortésmente. Menos de un segundo después el caminante además sonríe con boca abierta y se entreven la falta de dientes. El guaso que va corriendo saluda también con la mano y sonríe por dentro.
Para tomar vuelo, como sugería Deleuze y/o Guattari, puede ser preferible no exaltar la pequeña historia personal, sino referir al un genérico. Y tampoco es tan feliz quedarse estancado en ese innecesario y hartante ser que es el yo. Yo, o él, o nadie, o tal persona X, o alguno cualquiera ... dan todos lo mismo. El guaso que va corriendo (en el párrafo anterior) también se podría llamar yo, o un corredor cualquiera. Importa no el quién sino lo que pasa.
Pienso yo (o sea el guaso que venía corriendo, que es lo mismo), ¿será que al correr uno relaja la mente y la mirada y uno entra a un plano de más fluidez en el trato social? O capaz era el día del padre y el otro caminante estaba contento o infeliz porque su hijo lo saludó / o no. O simplemente la calle estaba vacía ahí en el fantasio en el casi invierno de junio y la amabilidad es propia de los espacios abiertos y vacíos, como en el campo como lo pensamos arquetípicamente.
Alguno podría inferir muchas cosas positivas de la moral social de la ciudad, o de una calle, porque dos extraños se saludan. A lo mejor es insignificante. La cabeza juega juegos divertidos y peligrosos.
Me imagino como Swedenborg, y estoy en el Cielo porque no importa dónde estoy sino lo que uno hace y quiere. En vibraciones físicas y espirituales empiezo a activarme. Y Dios entra a los ojos de ese ser cualquiera y me dice: hola.