ramoneando

Reseña de película*

Comida sí. Cartas también. ¿Y amor?

El tipo está trabajando en la oficina abierta y compartida. Y como una cosa cotidiana más (y no por eso menos deseable), como a quien le convidan a uno un mate: un repartidor le trae una pequeña mochila personal en el que le mandan la comida del mediodía. Esta escena se da muchísimas veces en esta película de la India. En el original se llama "Dabba". También traducida al cine en español se la llama "Amor a la carta"; y en inglés, "The lunchbox": lo que literalmente sería "La caja del almuerzo", o simplemente "La vianda".

Parece que este sistema de distribución de comidas funciona muy aceitadamente. "Mensajeros", que seguramente tienen un nombre muy específico de Mumbai, visten de blanco con sombrero incluido; usan bici, tren y carritos; y cantan juntos en varios trayectos y estaciones. Por otro lado, parece ser que las mujeres les cocinan a sus parejas. Y el hombre sin pareja las pide en un delivery. Para ambos tipos de cocina/comida funciona el muy peculiar grupo de cargadores de comida. Se argumenta en la película que este modo de distribución es infalible, que los estudiosos de Harvard viajaron al país para investigar este sistema tan eficiente. Más de 100000 comidas entregan por día los dabbawalas. A la flauta, ¿no? Ahora la historia se desarrolla justamente cuando una comida toma otro curso.

Es simpático cuando la mujer que cocina en su departamento le grita a su vecina de arriba consultándole cómo preparar algo. Y también hace gracia, aunque no salga de lo que uno acepta como corriente, cuando desde arriba le alcanzan ingredientes en un canasto colgando de un hilo que sube y baja entre pisos a través de las ventanas abiertas comunicadas. Lo logrado es que esta escena se repite sin perder gracia ni motivos. Se podría pensar por momentos: ¿Por qué no va arriba a charlar detenidamente? Pero parece nomás que así es la intermitencia del ritmo cotidiano y cada hogar sigue su curso entre una conversación a gritos entre piso y piso, y otra.

La comida le llega al protagonista en un estuche de tela con manija, como si envolviera un termo. Al abrirlo se ve un apilamiento de 4 ó 5 platillos metálicos que contienen la comida y que se despliegan como tuppers. En estos movimientos puede haber poca emoción. Pero no así al saborear la comida hecha con atención especial. Al cocinar uno quiere que la comida salga rica y que al otro comensal también le sienta igual. La mujer se sorprende cuando ve que pasadas unas horas vuelve vacío su "termo": se comieron todo.

Se muestran en este relato una serie de imágenes que no se saben si son la plena realidad costumbrista, o una exageración de una sociedad mostrada como calma, ordenada y sobrepoblada de gente, y con recursos ínfimos. ¿Cómo acostumbrarse/no reírse cuando para decir que sí mueven la cabeza de lado como esos perros que adornan los taxis? En cualquier caso lo que sobresale es una costumbre, la de repartir comida, que de tan natural sorprende que se haga un relato sobre el tema. No resalta justamente el tema como poco relevante sino cómo capta lo que atrae de la vida diaria.

"Sólo una pizca" dicen en uno de los tantos momentos en que a uno se la hace agua la boca. Una histora repleta de momentos divertidos, reales y serios también. ¿Tal vez incluso tabú? ¿Cómo le digo a mi marido si pasa tal cosa (o creo que pasa)? Y con todo se piensa en la necesidad de ir a vivir a otra parte donde todo sería mejor... Porque las estadísticas de otro lugar se calculan no por desarrollo humano o economía sino por escala de felicidad. ¿Y cuál es el el mejor lugar según estos parámetros? Bután.