Uno se puede acostumbrar fácilmente a andar muchas horas al día en transporte público. Hasta hay algo de pintoresco en conocer recovecos, caminar, pasar por abajo de puentes y mirar el desierto urbano.
Pero en esto no hay tanto de feliz: se pierde el tiempo, se aleja del tiempo de estar en casa, y se anda por lugares donde no muchos eligen estar.
Caminar por el asfalto no tiene nada en absoluto de novedoso, pero capta lo peculiar de cada ciudad. Por ejemplo en Sampa hay mucha basura tirada, cantidades de color gris por las construcciones de cemento y hormigón, alambres de púa separando lo público de lo escondido en todas partes. También hay señales de "calle sin salida" y una sensación de que la basura sale y sale de los camiones pero no van a ningún lado o vuelven siempre a origen.
SP es una ciudad súper lluviosa, nadie escapa a los caprichos del clima: el calor no es tan feroz, pero las lluvias generan desmadres, inundaciones cotidianas medio insólitas. Así y todo los más sabios refranes rezan impresos contra la pared: "no es culpa de la lluvia". Se rebalsan las calles y veredas en cualquier barrio porque el lugar geográfico sobre el que se asienta tiene mil canales acuíferos subterráneos que son ignorados. El gran río paulistano trata de canalizar todo ese delta de confluencias interiores y no consigue tanto. Eso también pasa contra las paredes con la fuerza del pixação, que también es incontenible.
Los pixos no son siempre gigantes y ocupando paredes completas. Pero si uno ve en detalle hacia cualquier dirección encuentra uno seguro: sea arriba de un tacho de basura azul, encima tapando una firma colorida de hip-hop, incluso un pixo no impreso sino rayado contra el vidrio del transporte público, o pintado al lado del trazo de un artista urbano conocido por recorrer sus rodillos hasta por las alcantarillas. Igual lo colorido y lo verde en sp siempre florece.